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martes, 27 de abril de 2010

La Función

Texto ganador del XII Premio Ojalá La Mancha


La función




Los dos amigos se despiden con un abrazo teatral, excesivo, motivado por un Julián achispado más que por Roberto, el eterno sobrio que soporta las ruidosas palmadas en la espalda con estoicismo y las devuelve con delicadeza, como si acariciase el lomo de un perro viejo. Nos llamamos, nos vemos, recuerdos a los tuyos, de tu parte, saludo militar de Julián recordando viejos tiempos, mentón alzado de Roberto que pocas fuerzas tiene para nada más.

Avanza por la calle en dirección al hogar en el que le espera Carmen y la pequeña Berta, estrella de tres añitos que esta noche, por la hora que es, ha ido a dormir sin el beso de dulces sueños de papá. Las primeras calles del camino a casa coinciden con las que conducen al club Reinas de Corazones, calle del Hielo número veinticuatro, bajos, desde la calle se ve qué tipo de local es, Roberto, por eso entré, era evidente, una luz roja ilumina el descansillo, unas cortinas de terciopelo a los costados que ponen en situación, frente a la de la izquierda una estatua de mármol de una mujer pudorosa que se tapa las pocas vergüenzas que tienen las que trabajan dentro. Roberto pasea con lentitud el trecho libre de culpa, el que lo mismo conduce al cielo que al infierno, el que precede al limbo del semáforo de la calle de Santa Catalina, llegado a este punto sí tocará decidir. Recuerda la confesión no solicitada de su amigo de ocasiones contadas y salpicadas de compromiso, cada vez más espaciadas y tediosas, alimentadas de recuerdos de épocas en las que les unían más cosas o les unían cosas. Una cana al aire, Roberto, más que nada importante es que es necesaria, imprescindible para no caer en el aburrimiento de pareja, etcétera. Lo mejor es recurrir a ellas, aunque sean unas hijas de su profesión, ríe. Para estos apaños son lo menos complicado, las que menos problemas te darán mientras mantengas la premisa intocable. Silencio que obliga a Roberto a arrastrar las palabras hacia la pregunta qué premisa. No has de fiarte nunca de ellas, paladea Julián como si recitase la réplica de un texto. Eh, exclama, como si algo en la actitud de Roberto hubiese indicado una disposición contraria al consejo. Eh, mirada fija en señal de advertencia. No has de fiarte nunca de ellas. Se crea un silencio de los que se llaman incómodos, calificativo que aquí no tiene cabida pues uno degusta la cerveza con la satisfacción de saberse el centro del diálogo, el otro aprovecha el silencio para mirar a su alrededor en busca de una mano que venga a socorrerle, sea cual sea el guante que la disfrace. O es que su mirada ansía una distracción que no encuentra en clientes ni camareros ni en una decoración austera de la que sólo destacan unos cuadros africanos de figuras estilizadas perdidas en el desierto que en la penumbra del local parecen otra cosa. A lo que vamos, a que no sabes quién trabaja allí, mil suposiciones que hicieras, mil veces que te equivocarías. Raquel, piensa Roberto descabelladamente, a qué viene eso ahora. Raquel, dice Julián entre trago y trago de la botella, da el último, se enjuaga la boca con la manga de la camisa, abre tanto los ojos para acentuar la sorpresa de la noticia que parece que se la hayan dado a él. ¿Te acuerdas de ella? ¿No te gustaba? Roberto se encoje de hombros y niega con la cabeza con indiferencia, en verdad sí había estado enamorado de todo lo referente a Raquel, desde su mente hasta su cuerpo pasando por la eterna negativa que recibió todo intento de acercamiento adolescente. El primer amor, dejémoslo en el rango cronológico. Después, Carmen, estabilidad, Berta. Como si no estuviera muy convencido de la respuesta de su amigo, Julián detalla cómo llegar al local, requisitos de entrada, tal y como vas ahora no creo que te pongan ningún problema, precio de la consumición, el mismo pidas lo que pidas, también supongo del palo que vayas, claro, otra cosa es el precio del privado, aquí sí que supongo que irá por hembra, ya me entiendes, que yo pagué lo que pagué pero lo mismo Raquel te hace un descuento por los viejos tiempos, yo ni me vio ni se lo pregunté, ya sabes que a mí nunca me cayó bien.

Santa Catalina, semáforo en rojo, se detiene a esperar aunque no se aproxima ningún coche. Recosta todo el peso de su cuerpo entrado en años y carnes sobre la pierna izquierda, sopesa los pros y contras de comprobar la veracidad de las palabras de Julián. Quizá haya confundido a Raquel con otra cualquiera, posibilidad que no se sostiene por ningún lado. Ir a ese local es mala idea se mire como se mire. Y si no va, sabe que la duda estará siempre presente, que tarde o temprano tomará la decisión, que sólo dejará de querer ir si acaba yendo cuando quizá ella no esté y agonice para siempre la duda de si alguna vez estuvo.

La entrada es tal y como se la han descrito, algo más pequeña que la imagen formada a partir de las palabras. Llama a la puerta y aún no ha acabado de golpearla con los nudillos que se abre, como si le estuviesen esperando o una cámara oculta hubiese anunciado su llegada. Una mole uniformada le da las buenas noches y le pregunta si ya ha visitado con anterioridad el local. Sí, miente, aunque en verdad conoce normas y pormenores mejor que si lo hubiese hecho. Dentro, el escenario de los focos azules, una bailarina que se contornea junto a una barra metálica, humo ambiental, solitarios que pasean copa en mano o conversan en la barra o la zona de mesas con chicas ligeras de ropa, todo tan típico, tan de película de burdel que parece una parodia, un decorado destinado a ridiculizarlos mostrando sin pudor sus miserias. Una copa y adiós, con o sin Raquel. Un hombre de unos cincuenta años de aspecto impecable que desprende una seguridad en sí mismo insultante pasa a su lado abrazado a una chica poco agraciada pero de curvas interminables que podría ser su hija. El final de su discurso lo dirige a los dos, a la joven y a Roberto, como si le interesase lo más mínimo o hubiese escuchado el principio de la anécdota. Trata de algo sobre una figura de cerámica tasada muy por encima de su valor histórico y sentimental, una estafa encubierta que todos pasaron por alto, un absurdo insoportable ante el que Roberto se ve obligado a sonreir educadamente, parece que le importara. Busca a Raquel, la confunde entre sombras y juegos de luces, miradas que se insinúan bajo el manto del desinterés o la complicidad. Sentada cara al mostrador, en una esquina, una chica que supera en edad la media veinteañera del público femenino del local se distrae con algo que sostiene entre sus manos, se lleva a la boca, vuelve a rebuscar y comer. Frutos secos, no, golosinas en una bolsa de plástico, nubes, regalices, caramelos de colores de los que se compran a peso, de los que Berta comería a manos llenas si la dejasen. Se acerca y se sienta a su lado, como en el bar de delante del instituto en el café de antes de entrar a clase, de después, de durante. Raquel le mira, suspira con resignación y vuelve a su bolsa. No hay que perder de contacto la niñez, habla como si estuviese sola. No hay que perder ese punto de niña que todas hemos sido. Nada indica que estas palabras escondan una segunda intención. Arrastra la bolsa hasta situarla entre los dos. No te prives, engordan pero son un placer, aunque no es el que estás buscando. Roberto coge una gominola, se la lleva a la boca y mastica sin ganas, duda que sea capaz de tragar la bola dulce que se forma bajo el paladar. Cruza las manos y las mira, no se atreve a alzar la vista y enfrentarse a un pasado que, con todas sus consecuencias, está más presente que nunca, aunque Raquel parezca su hermana mayor, no la misma persona con más años, es otra distinta con los mismos rasgos, la misma sangre, relación familiar directa, inconfundible, pero no la misma persona. Viste una falda lila de la que cuelga un cinturón de cadena metálica medio escondido bajo una camiseta blanca ajustada de cuello alto, abierta tres botones sin llegar a mostrar. La melena, rubia pero más oscura que en sus años jóvenes, la lleva recogida en una trenza de austeridad aislada entre tanta apariencia. Incluso en esta competición parece la mejor. Y su mirada, los ojos entrecerrados como si una luz brillante la cegase, los abre y cierra en parpadeos lentos en los que Ricardo desaparece de su vista para aparecer rodeado de una bruma que requiere concentración para vestirle de nitidez, ¿ya estamos?, vamos allá. Qué haces por aquí, pregunta sin interrogantes, que lo mismo le ha reconocido (no es la única que ha cambiado de aspecto) como ha iniciado el ritual igual que siempre o las dos opciones juntas. No lo sé muy bien, la verdad. Cariño, te sorprenderías la de veces que he escuchado las mismas palabras, las esposas esperando en camas de matrimonio son una fuente inagotable de dudas. Ríe a carcajadas, cada golpe de voz un paso que se aleja de quien fue, una zancada que la acerca a sus compañeras y la confunde entre ellas. Qué buscas, al menos. Déjame adivinar. A mí mismo. Olvidar problemas. No dárselos a mi mujer. Cuesta creerlo pero pasar un buen rato no está ni de lejos entre las respuestas más utilizadas. Forma parte del síndrome de las camas vacías. Te estoy aburriendo. No, para nada. Entonces dí algo o la que se aburrirá seré yo. Qué quieres que diga. Puedes empezar por qué quieres hacer conmigo. Que no te cohiba el tema del dinero, no notarás nada, será todo bonito y natural y al final me das una pequeña ayudita, eso es todo. Nada de lo que avergonzarse. Y puedes estar tranquilo, confía en mi discreción. Si quieres nos volveremos a ver y repetimos, si no será la primera y última vez o aún podremos coincidir de nuevo y hacer ver que no nos conocemos, que no nos recordamos. Cada uno tiene su morbo o su necesidad, cada uno mantiene la mirada firme ante el espejo a su manera. Y me da a mí que tu reflejo no sabe qué hacer conmigo. Roberto ríe, agradece el descanso del comentario, la aceptación de su categoría de novel en tales menesteres para no tener que pensar en el siguiente paso. ¿Qué te trae por aquí un jueves? ¿No trabajas mañana? Sí, es mucho más fácil responder a lo segundo que a lo primero, en honor a la verdad no intenta encontrar un sentido a la visita. ¿A qué te dedicas? No pienses que me interesa de verdad, puedes contarme lo que quieras y si no se te ocurre nada te doy opciones, profesiones descabelladas no le faltan por escuchar a mis oídos, alguna de ellas incluso quizá fuera cierta. Por un momento Roberto sopesa comenzar a hablar del taller pero lo aburrido del asunto más que su intimidad le disuade de hacerlo. ¿A qué te dedicas tú? La mujer abre su bolso de piel de cebra que no ocupa más que el tamaño de una mano abierta, la misma que aún no ha venido a rescatarle, coge una pitillera, se lleva un cigarrillo a la boca y lo enciende, aspira, cierra los ojos, todo sucede como en una función, la misma que representaba Julián, todo tiene algo de falso, de demasiado cierto para serlo. Es cuando expulsa el humo que sonríe, niega con la cabeza, la nube asciende y muere sin crear ninguna forma simbólica, el ambiente ficticio de la noche no da para tanto. Mira, no te ofendas, pero no esperaba escuchar de tu boca algo que nunca me hubieran dicho. No te importará que lo recuerde a futuras visitas, me ayudará a no olvidarlo. Una punzada de celos absurdos hiere a Roberto, es algo extraño, inédito, hacia el mismo lugar oscuro del que procede el sentimiento se dirigen para morir cuando asume lo innecesario de los mismos. Raquel nunca le ha dado motivos. Carmen tampoco. Y será porque la sombra del remordimiento tiñe de bruma el rostro del hombre que Raquel, en apariencia apartada, se acelera en retomar el pulso de la conversación, que a qué me dedico, repite la pregunta, Roberto disipa dudas, el deseo ardiente de abrazar a Carmen se aparta en silencio para dar paso al final de la respuesta. Para abrazar a su mujer, gracias a quien haya que dárselas, entidad divina o fortuna, siempre tendrá tiempo.

Antes mi misión era hacerme la dura con los hombres (calada, aspiración de humo, más de lo mismo, Roberto es ahora cuando piensa en la palabra ritual) y ahora, ya ves, mi misión es ponérsela dura. No han cambiado tanto las cosas. Se le acelera la respiración como si fuera a toser pero acaba en una carcajada estridente que obliga a Roberto a unirse a lo jocoso de la salida aunque un jarro de agua fría, todo tan típico, casi obviemos por manida el símil de la vasija para profundizar en la repercusión en el maltrecho ánimo del desorientado. Pero contigo lo tengo duro, concluye. Y ríe de nuevo, de un modo más forzado, de acuerdo, a sabiendas de que ese no es el camino de este cliente, como sea perpetua una hilaridad que Roberto, si en ningún momento ha compartido, ahora rechaza sin miramientos, rostro enjuto, esa curiosa sensación de saberse fuera de lugar que en ocasiones ha recordado con la visión empática del espectador que siente nostalgia simpática por ese momento que tan mal lo pasó y que ahora, por no saber, ni siquiera intuye el modo en que será recordada cuando llegue el momento de mirar atrás para ver cómo ella da una nueva calada, la última, lo que queda del cigarrillo muere ahogado en un cenicero con forma de góndola. ¿En qué piensa Roberto, que se pierde en la piscina de ceniza en la que flotan cadáveres de humo como barcos en la noche? ¿En qué piensas? En nada, o en ti, pero no en ti ahora. Y siente un escalofrío. Es algo que ha dicho. No sabe el qué. Eres interesante, señor desconocido. Ni me agobias ni juegas a dejarte agobiar. Si llevas una máscara es de un material tan fino que trasparenta y sólo deja ver tu piel, tu rostro desnudo. Y lo que veo no me desagrada, algo que juro que puedo decir tan pocas veces. Es, cómo explicarlo, es como el eco de una canción preciosa que se repite en las paredes de una habitación, la reminiscencia de una canción que me gusta pero que deja de sonar en el momento que entro en el cuarto y sólo queda el vacío y las últimas notas que se deslizan como agua vertida hasta morir. Mano a la bolsa de caramelos. Demasiada profundidad me abre el apetito. Roberto no asiente, no niega, corrige o confirma la disertación. Sólo piensa en aquel día, a la salida de la escuela… acostarte conmigo. ¿Perdona? La palabra activa un dispositivo, despierta de una ensoñación, de un bosque. Decía que me parece que no quieres acostarte conmigo. No, desde luego que no quiero eso, y así, sabiendo o no la implicación de lo que dice, ateniéndonos a las diferentes acepciones y percepciones de cada acto, no cierra la puerta a nada. El lenguaje corporal es un idioma que Raquel domina con fluencia y percibe el indicio con claridad, en su noche a noche lo que no se dice suele ser más explícito que las declaraciones de validez perenne que cubren su lecho de textos ensayados para otras representaciones. No te molestes por lo que te voy a decir pero estoy trabajando. Tu compañía es agradable. No me importaría estar más rato contigo. Pero necesito ganar dinero. No eres el único que paga por estar aquí y hay mucha compañera que mordería por estar sentada en este precioso sillón, pasa la mano por la tapicería y la mira con resignación, es un momento bello que no queda del todo logrado, la exageración demasiado artifiosa con la que la mano pasea sobre el sillón desluce el conjunto. Roberto entiende la categoría de función. Si quieres podemos subir, es la única manera en la que podemos seguir hablando sin que me llamen la atención. Roberto comprende, acaba la función. Caen las máscaras. Se baja el telón.

martes, 20 de abril de 2010

Nueva reseña - athnecdotario.com

http://athnecdotario.com/2010/04/18/illius-de-raul-ansola/

Seguimos con las reseñas, queridos Lectores Ausentes y en esta ocasion debo deciros que me siento impresionado por la que ha sido mi ultima lectura. Gracias a AJEC y a Raul Gonzalez, que se encargo de hacerme llegar la novela, he podido disfrutar de una obra que sorprende en todos los sentidos y que se convirtio en casi una obsesion desde que me adentre entre sus paginas.

“Illius”, de Raul Ansola, es una novela desconcertante y adictiva en la que el lector se siente embargado por la curiosidad y la fascinacion por unos personajes extraños, profundos y atormentados, mientras se desarrolla ante sus ojos una historia que cautiva y sorprende a causa de su compleja estructura argumental, generando
una intensa expectativa en su desarrollo y que nos lleva hasta un climax final sorpresivo y apabullante que nos obligara a replantearnos todo lo que hemos leido desde una nueva perspectiva.

Es al terminar su lectura, cuando el lector asume que la mayoria de suposiciones y cabalas a los que habia llegado se quedan solo en eso, en simples impresiones equivocadas que no consiguen desenredar la trama.
Siguen siendo insuficientes para concluir satisfactoriamente y dar por cerrada la historia.


Por el contrario, se abre ante nuestros ojos una nueva dimension de lo ocurrido, un nuevo prisma que necesita de nuestra revision, comprendiendo esta vez que hay que saber leer entre lineas y prestando atencion, buceando en sus profundidades, lejos de la engañosa y brillante superficie, con los sentidos alerta para captar aquellas pequeñas sutilezas que a primera vista pueden resultar imperceptibles, pero de las que somos ahora conscientes y de su peso para intentar lograr una resolucion comprensible, que se adapte a lo que hemos leido y nos muestre que caminos ha seguido el escritor ( y por ende, sus personajes) para llegar a ese desenlace, aunque quizas ni asi lo consigamos.

”Illius” es una novela intensa, emocional, onirica, que nos saca de nuestro apoltronamiento de una sacudida.
Nos obliga a reflexionar, a cuestionarnos lo obvio y a que nos esforcemos en ver mas alla de las simples apariencias.

Resulta gratificante encontrar a un autor que en su primera novela sea capaz de desenvolverse con el oficio y destreza de un veterano maestro, utilizando una narrativa rica en matices y aplicando todo un abanico de recursos literarios que utiliza con inteligencia y acierto para transmitir correctamente lo que pretende. Son esas herramientas las que le dan una profundidad infrecuente a la trama y que consiguen envolvernos con esa atmosfera eterea que no nos abandonara en toda la lectura.

“Illius” resulta un libro dificil de describir. Lo que se presenta como una novela de fantasmas,con tintes detectivescos , deja de serlo a las pocas paginas. Bueno, eso no es del todo cierto, ya que la novela en si relata justamente eso: Una busqueda continua por parte de todos los protagonistas y por supuesto, aparecen fantasmas, aunque no del modo en que todos podiamos pensar.
Un puzzle incomprensile en el que los jugadores y las piezas del mismo se confunden y en el que la diferencia entre “lo que fue” y “lo que es” se diluye en la mente del lector.

Debido al peculiar estilo narrativo de Raul Ansola, resulta imposible no percibir las innegables connotaciones con el cine de David Lynch. Esa sensacion de irrealidad, esa atmosfera onirica y atemporal es constante a lo largo de la novela, pero sobretodo, en su parte final me ha recordado, de manera particular, a algunos momentos de “Mulholland Drive”, aunque toda la obra de Lynch cuenta con esa misma cualidad.

En definitiva, “Illius” es una novela mas que recomendable. No dejara indiferente a nadie y resulta fascinante disfrutar de una obra tan singular. Quizas resulte una lectura extraña o compleja para los lectores mas mundanos o tradicionales, ( e incluso para los mas curtidos, segun los gustos de cada uno ),pero considero que cualquier lector que se precie deberia darse la satisfaccion y disfrutar por su cuenta la lectura de esta novela.

jueves, 15 de abril de 2010

Presentación



Ediciones Oblicuas hará una gala de presentación de las dos obras ganadoras de sus III Premios literarios:

COLUMPIOS EN EL CEMENTERIO, de Raúl Ansola, en la modalidad de Narrativas Oblicuas

A LOS PIES DE LOS CABALLOS, de Valentín Nieto, en la modalidad de La Nunca poesía.

La gala contará con la presencia de los dos autores, de Dimas Mas (escritor, crítico y jurado del concurso) y de Alberto Trinidad (director editorial de Ediciones Oblicuas).

Durante el acto, se podrán adquirir los libros y los escritores procederán a la habitual firma de ejemplares.



ate:
Thursday, April 15, 2010

Time:
7:00pm - 8:00pm

Location:
Biblioteca Jaume Fuster

Street:
PZ Lesseps, 20-22

City/Town:
Barcelona, Spain


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martes, 30 de marzo de 2010

Crítica del libro


http://www.fantasymundo.com/articulos/2660/illius_raul_ansola

De nuevo el Grupo Ajec nos demuestra un estupendo olfato en cuanto a autores noveles se refiere, esta vez en su colección de bolsillo –con una portada realmente acertada-, mucho más manejable que sus otras colecciones aunque aún difícil de leer debido al tacto áspero de sus páginas y a su casi total ausencia de párrafos.

Raúl Ansola debuta como novelista en esta historia tan enigmática. Anteriormente ha destacado en su faceta de guionista, director de cortos (característica que demuestra en su prosa) y de escritor galardonado en multitud de certámenes de novela corta y relatos (por ejemplo finalista del certamen de novela corta Cristóbal Zaragoza en 2008 por El concierto).

Nos dice la editorial en la contraportada que si tenemos la suerte de adentrarnos en sus páginas nos encontraremos ante un descenso a los infiernos en el que nada es lo que parece. Una descripción que se mantendrá atenta en la memoria del lector al comprobar que durante las primeras tres cuartas partes de la historia será la cronología de una amistad atada a un episodio causal la que guiará al argumento. Es la última fracción del escrito la que hace devolver al lector la curiosidad por lo aparente, por lo que en un principio parecía imposible. La novela consigue que sigamos con atención la trama que en ella se cuenta.

Raúl Ansola nos ha regalado una gran novela, bien escrita, entrañable y adictiva que si no fuera por ese final tan etéreo lograría rematar una de las historias del año.
Una amistad que engancha, que gusta, marcada por lo que a simple vista parece una excusa para el encuentro interesa casi a la par que la misma búsqueda que lleva a sus protagonistas a realizar hechos que nunca creyeron que llegaran a efectuar.

En las últimas páginas parece que es un tsunami literario el que cambia por completo el rumbo de la novela llegando incluso a apabullar. Es aquí cuando parece más necesario que el escritor dejara alguna pista anteriormente para poder así no desconcentrarnos ante lo que va sucediendo, encontrándonos, a veces, ante situaciones difícilmente explicables. Sin embargo, cabe destacar la amplitud de recursos literarios que utiliza el autor con cada paso de páginas. Con ellos logra acercarnos a una relación difícil, expresando amistad, amor, celos, alegría e incluso terror. Logra, también, un estupendo análisis de las costumbres y las tradiciones tanto en una gran ciudad como en una pequeña villa del interior de la península. Y consigue expresar con palabras, creo su mayor logro, un acto que a muchos con sólo nombrarlo nos bloquearía mental y psicológicamente.

En "Illius" (disponible en FantasyTienda) es una fotografía –la que adorna la portada- la que hace que Aurora tenga que contactar con Marcos para buscar el significado de la aparición de un adolescente, que parece muerto, en una foto en la que años atrás sólo creía recordar a una cruz adormecida en medio de un bosque perdido. Desde ese momento las neuras de los protagonistas y sus inquietudes serán los que les guíen intentando buscar pruebas de lo imposible, de lo que nunca imaginaron.

Raúl Ansola nos ha regalado una gran novela, bien escrita, entrañable y adictiva que si no fuera por ese final tan etéreo lograría rematar una de las historias del año. Sin duda estaremos atentos a lo que el autor nos ofrezca en el futuro ya que su nombre irá subiendo enteros con cada paso de página. ¿Quién será ese chico?

viernes, 19 de marzo de 2010

Columpios en el Cementerio


Ayer recibí la portada del segundo libro. Relatos escritos durante varios años han acabado englobados bajo un título que nació durante un paseo londinense de una mañana soleada pero fría, la cámara retratando una curiosidad que acabaría significando un nuevo proyecto, una nueva ilusión.
Nunca se sabe.
Estas tres palabras a veces lo significan todo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Diálogo fragmentado.


Hace unos meses escribí, para la nueva novela, una conversación que se iniciaba con una respuesta a una pregunta que no aparecía redactada. Me parecía interesante iniciar así el diálogo, creando la sensación de que los personajes venían de estar hablando de un tema desconocido para el lector antes del que aparecía narrado en el libro.

Durante este tiempo he tenido siempre presente este 'juego literario'. En cada ocasión me parecía bien y mal a partes iguales; cada vez que lo repasaba quería borrarlo para acto seguido sentir que no debía alterar una sola palabra.

Unas semanas atrás redacté una nueva conversación (apenas unas frases) para los mismos personajes. Tenía claro que debía aparecer en el libro, pero no en qué momento de la narración. Sopesé cada una de las numerosas páginas en las que se les muestra juntos, pero en ninguna parecía encajar con la naturalidad necesaria. Hasta que me di cuenta que este intercambio de impresiones pertenecía al momento anterior a la conversación redactada hace meses. Era perfecto. Y la pregunta de uno conducía con una sencillez increíble a la famosa respuesta que hasta este momento no tuvo pregunta.

Ahora ya la tenía. El intercambio de impresiones siempre se dialogó así, pero había tardado en escucharlo y comprenderlo.

La respuesta sin pregunta deberá esperar a una mejor ocasión.

Entrevista.

Gracias, Rafael.

http://parrafosperturbados.blogspot.com/