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martes, 9 de junio de 2009

Tres palabras

Hace algo menos de cuatro años me encontraba una noche de domingo tumbado en el sofá del salón de casa, solo, la televisión encendida iluminando la estancia apagada. Estaba a punto de ir a la habitación a dormir pero la vagancia me mantenía frente al televisor, mirando sin escuchar, el pensamiento deambulando por algún camino incierto y sinuoso.

No sabría qué indicio exacto me condujo a la imagen. La escena me asaltó con una viveza inusual, inesperada. De ningún lugar vino y hacia ningún lugar se fue porque quedó suspendida en mis retinas, con una claridad que parecía que la estaba viendo postrada frente a mí, aunque fuese una escena forestal que nada tenía que ver con el entorno hogareño que me rodeaba.

Como accionado por un dispositivo apagué la televisión, a tientas llegué al dormitorio y abrí la libreta eterna para escribir en ella tres palabras a modo de recuerdo para el día siguiente. Sentí un escalofrío al respecto de esta visión, el juego que podía dar, lo interesante que se antojaba el tema a priori.

A la mañana siguiente leí el recordatorio que había sido innecesario, pues me levanté pensando quién sería la protagonista (iba a ser un personaje femenino), qué motivo exacto la conduciría a la famosa visión que me había asaltado la noche anterior y qué consecuencias tendría en su vida. Tras unos días de anotaciones pausadas comencé el redactado de lo que acabaría siendo Illius, obra que nunca tuvo otro nombre pero que durante los siguientes dos años llamé ‘la de la fotografía’ como orientación que la significaba entre otras historias con las que por el camino me fui oxigenando de ella.

Durante los tres años que siguieron al redactado de las primeras páginas la dejé por desesperación y aburrimiento en al menos tres ocasiones. En otras dos, que nada tenían que ver con el trío que me condujo a la renuncia, la finalicé, escribí el punto y final y suspiré, tranquilo. Una no me acabaría convenciendo en la lectura de reconocimiento, decenas de páginas a la basura. Otra me gustaba, aunque quien acabaría siendo mi editor dijo que el final era incomprensible, lo que era cierto. Me hizo entender que no podía tensar la cuerda como yo quería sin una conclusión aceptable, y la versión que había entregado distaba mucho de tener un final que respondiese a las preguntas que el libro formulaba. Tenía razón.

Llegaron nuevos meses de correcciones, impotencia y un trabajo que tenía tanto de gratificante y excitante como de duro y sin visos de acabar nunca. Como fuera, las piezas acabaron encajando, el editor también lo consideró así y unas semanas después se burocratizó el sueño.

Hoy he enviado la versión definitiva, la que no tiene retorno, la que cuando pase por el corrector final llegará a las librerías. Hoy me despido para siempre de Illius, al menos del Illius que conozco, del que ha estado conmigo los últimos cuatro años.

Me cuesta pensar que nunca más volveré al escenario de terrenos resbaladizos que pisan estas páginas, y al mismo tiempo me sorprende descubrir que a estas alturas aún estaba merodeando por ellos, buscando errores en fechas, nombres, apurando el momento de la despedida sin ser consciente de que en estos meses Illius ya había crecido, que esperaba paciente a que me convenciese de ello para dejarla marchar.

Pensaba que sería un momento duro, de orfandad inesperada, del temido ‘y ahora, qué’. Pero el mundo editorial es tan lento, tan pausado, que el adiós me ha encontrado en los brazos de otra novela, nuevas ilusiones. De modo que esta es una despedida, por encima de sentimental, necesaria. Respiro tranquilo. A partir de ahora, ya no depende de mí. Aquellas escuetas tres palabras han devenido con el tiempo en las alrededor de doscientas páginas que comienzan sus primeros pasos en solitario.

“fotografía en bosque”