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miércoles, 21 de octubre de 2009

martes, 9 de junio de 2009

Tres palabras

Hace algo menos de cuatro años me encontraba una noche de domingo tumbado en el sofá del salón de casa, solo, la televisión encendida iluminando la estancia apagada. Estaba a punto de ir a la habitación a dormir pero la vagancia me mantenía frente al televisor, mirando sin escuchar, el pensamiento deambulando por algún camino incierto y sinuoso.

No sabría qué indicio exacto me condujo a la imagen. La escena me asaltó con una viveza inusual, inesperada. De ningún lugar vino y hacia ningún lugar se fue porque quedó suspendida en mis retinas, con una claridad que parecía que la estaba viendo postrada frente a mí, aunque fuese una escena forestal que nada tenía que ver con el entorno hogareño que me rodeaba.

Como accionado por un dispositivo apagué la televisión, a tientas llegué al dormitorio y abrí la libreta eterna para escribir en ella tres palabras a modo de recuerdo para el día siguiente. Sentí un escalofrío al respecto de esta visión, el juego que podía dar, lo interesante que se antojaba el tema a priori.

A la mañana siguiente leí el recordatorio que había sido innecesario, pues me levanté pensando quién sería la protagonista (iba a ser un personaje femenino), qué motivo exacto la conduciría a la famosa visión que me había asaltado la noche anterior y qué consecuencias tendría en su vida. Tras unos días de anotaciones pausadas comencé el redactado de lo que acabaría siendo Illius, obra que nunca tuvo otro nombre pero que durante los siguientes dos años llamé ‘la de la fotografía’ como orientación que la significaba entre otras historias con las que por el camino me fui oxigenando de ella.

Durante los tres años que siguieron al redactado de las primeras páginas la dejé por desesperación y aburrimiento en al menos tres ocasiones. En otras dos, que nada tenían que ver con el trío que me condujo a la renuncia, la finalicé, escribí el punto y final y suspiré, tranquilo. Una no me acabaría convenciendo en la lectura de reconocimiento, decenas de páginas a la basura. Otra me gustaba, aunque quien acabaría siendo mi editor dijo que el final era incomprensible, lo que era cierto. Me hizo entender que no podía tensar la cuerda como yo quería sin una conclusión aceptable, y la versión que había entregado distaba mucho de tener un final que respondiese a las preguntas que el libro formulaba. Tenía razón.

Llegaron nuevos meses de correcciones, impotencia y un trabajo que tenía tanto de gratificante y excitante como de duro y sin visos de acabar nunca. Como fuera, las piezas acabaron encajando, el editor también lo consideró así y unas semanas después se burocratizó el sueño.

Hoy he enviado la versión definitiva, la que no tiene retorno, la que cuando pase por el corrector final llegará a las librerías. Hoy me despido para siempre de Illius, al menos del Illius que conozco, del que ha estado conmigo los últimos cuatro años.

Me cuesta pensar que nunca más volveré al escenario de terrenos resbaladizos que pisan estas páginas, y al mismo tiempo me sorprende descubrir que a estas alturas aún estaba merodeando por ellos, buscando errores en fechas, nombres, apurando el momento de la despedida sin ser consciente de que en estos meses Illius ya había crecido, que esperaba paciente a que me convenciese de ello para dejarla marchar.

Pensaba que sería un momento duro, de orfandad inesperada, del temido ‘y ahora, qué’. Pero el mundo editorial es tan lento, tan pausado, que el adiós me ha encontrado en los brazos de otra novela, nuevas ilusiones. De modo que esta es una despedida, por encima de sentimental, necesaria. Respiro tranquilo. A partir de ahora, ya no depende de mí. Aquellas escuetas tres palabras han devenido con el tiempo en las alrededor de doscientas páginas que comienzan sus primeros pasos en solitario.

“fotografía en bosque”

sábado, 30 de mayo de 2009

Interferencias


La coincidencia ha provocado que estos días hayan convergido tres circunstancias literarias. El premio de Burgos, la corrección de 'Illius', el redactado de 'Mientras seamos niños', con el que ya llevo meses embarcado, meses que vienen de años preparándola lentamente en la trastienda de la imaginación.


Aprendizajes. El orgullo peligroso del premio, que con su luminosidad puede ocultar en la oscuridad de las sombras el relato en sí, que es a fin de cuentas lo único que ha importado desde el principio. La lectura incómoda y nerviosa de la novela finalizada, el último escollo antes de su partida a manos del corrector, la imprenta, el difuso entorno de las librerías.


Transversalmente, la novela que ahora tengo entre manos, el placer de anotar ideas en la libreta, expresiones, miradas de un personaje, silencios de otro. La deliciosa angustia de tener la necesidad de sentarme ante el ordenador y no parar de escribir hasta el punto final por miedo a que me pase algo y los destinos de los personajes queden siempre inacabados. El placer de saber que sus historias han quedado en el punto muerto desde el que las he de retomar, día a día, minuto a minuto. Abrir los ojos por la mañana pensando en ellos, cerrarlos por la noche tratando de comprenderlos.


Conclusión. La escritura es lo único que cuenta. Lo que viene después se parece demasiado al vacío que precede a las palabras sobre el papel.

martes, 20 de enero de 2009

Rodando Illius


Este fin de semana hemos comenzado el rodaje del corto ambientado en el libro, de cara a enseñarlo al mundo antes de la publicación en, parece, Septiembre. Por delante, meses en los que atrapar con la cámara instantes literarios, juntarlos con precisión, hacerlos bailar de la mano al son de la música que ya tenemos preparada. Es interesante acercarse a la trama desde un medio distinto a las meras palabras con las que ha sido concebida. Es imposible no sentir que se está invadiendo un espacio privado, una intimidad de papel mancillada por la crueldad del objetivo. Las imágenes poseen una fuerza que hay que calibrar si no se quiere caer en la trampa de su influjo. Por sí solas no significan nada pero en un determinado contexto pueden transmitir demasiado. El silencio presiona el plato opuesto de la balanza para que la necesidad de compartir no transgiverse el sentido del proyecto.


El primer paso ha sido la selección de escenas. Algunas han sido eliminadas del esbozo final a última hora, tras detectar, en el enésimo visionado mental, que decían más de lo que la prudencia aconseja. Otras han caído solas, no merecían ser tocadas, versionadas, alteradas. Su única presencia debe ser la del libro y la memoria de quien las recuerde tras haberlas leído. Otras son verdaderos ejercicios de fe, pequeños resquícios entre renglones aparentemente sencillos que más que acompañar la lectura la complementan como un secreto confesado al oído. Y aún otras han aparecido solas, abrazándonos por sorpresa en los paseos en los que esperábamos encontrar el orden exacto para esta grabación y descubriendo que, en el fondo, es lo de siempre. No buscamos; esperamos ser encontrados.


Ninguna escena se acercará del todo a lo que imaginé cuando escribía los capítulos que componen el libro. No es esa la intención. Sensaciones, todo se resume en transmitir sensaciones. Espacios vacíos, lugares en los que se respira que acaba de marchar alguien, se intuye que ha sucedido algo. Restos de vida. Silencios con reminiscencias de gritos, fotografías abandonadas, alientos agónicos que se balancean en el columpio que mira hacia el abismo.